¿Dónde quedó el pecado?

“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios.”— 1 Pedro 3:18 El sufrimiento de Cristo: un acto de amor total La palabra padecer viene del latín patior, que significa sufrir, soportar o experimentar dolor. Jesús padeció, no solo físicamente, sino espiritualmente, al cargar sobre …

“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios.”
1 Pedro 3:18


El sufrimiento de Cristo: un acto de amor total

La palabra padecer viene del latín patior, que significa sufrir, soportar o experimentar dolor. Jesús padeció, no solo físicamente, sino espiritualmente, al cargar sobre sí el pecado del mundo entero.

En la cruz, Cristo se despojó de su deidad, se hizo siervo, obedeció hasta la muerte y fue desamparado por el Padre porque se hizo pecado por nosotros (Filipenses 2:7–8; 2 Corintios 5:21).
Su padecimiento no fue en vano: fue el cumplimiento del Pacto Eterno entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, donde Jesús mismo se comprometió a alcanzar lo que el hombre nunca podría por sus propias fuerzas.


¿Qué es realmente el pecado?

En los idiomas originales de la Biblia, “pecar” significa no alcanzar el objetivo.
El hombre fue creado para reflejar la gloria de Dios, pero al desobedecer perdió la capacidad de cumplir su propósito.

Por eso, Jesús vino a restaurar lo que se había perdido:
Él alcanzó el objetivo por nosotros, pagó nuestras deudas, y nos limpió con su sangre (1 Juan 1:7).

Cuando creemos en Él, las consecuencias del pecado quedan anuladas (Colosenses 2:14). En otras palabras, el pecado deja de tener poder sobre los hijos de Dios.


Posicionados con Cristo

La segunda parte de 1 Pedro 3:18 dice que Cristo murió “para llevarnos a Dios”.
Esto significa que fuimos posicionados con Él.
Efesios 2:6 declara que “nos sentó en los lugares celestiales con Cristo Jesús”.

Vivir “en lugares celestiales” no es algo místico, sino una realidad espiritual:

  • Estamos en el Reino de los Cielos, que pertenece al cielo.
  • Y participamos del Reino de Dios, que es la manifestación de ese Reino aquí en la tierra a través de su Iglesia.

El Reino de Dios es la cultura del cielo expresándose por medio de nosotros. No se trata de religión, sino de relación. No es esfuerzo humano, sino vida divina en acción.


Nuestra herencia en Cristo

Sin muerte no hay herencia (Hebreos 9:16–17).
Y gracias a la muerte y resurrección de Jesús, tenemos una herencia eterna:

  1. Él pagó nuestras deudas.
  2. Nos posicionó con el Padre.
  3. Nos dio una herencia gloriosa.

¿Seguimos pecando?

Aunque aún cometemos errores, ya no vivimos bajo el poder del pecado.
1 Juan 2:1 nos dice que si fallamos, tenemos abogado para con el Padre: Jesucristo el justo.

La diferencia está en practicar el pecado (vivir fuera del propósito de Dios) y caminar en Cristo (alcanzar el objetivo para el cual fuimos creados).

Los nacidos de Dios no tienen un hábito de pecar, sino una naturaleza de buscar y cumplir el propósito divino.


Andar en la carne o andar en el Espíritu

  • Andar en la carne es enfocarse en los errores, sentirse indigno, olvidar el precio que Cristo pagó.
  • Andar en el Espíritu es vivir desde la posición que Cristo nos dio, disfrutar la herencia y avanzar en su propósito, aun con debilidades.

Romanos 8:1 lo resume así:

“Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”


En resumen

Jesús ya venció al pecado, te posicionó con el Padre y te dio una herencia eterna.
El pecado ya no define tu historia; Cristo sí.
Hoy puedes caminar libre, sabiendo que Él alcanzó el objetivo que tú no podías alcanzar.

Así que…
¿Vas a seguir mirando tus fallas?
¿O vas a caminar en el Espíritu, disfrutando la victoria que ya fue ganada para ti?